«La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz…”
Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por Él. Como hijos de las tinieblas, todos los hombres éramos seres mordidos por el pecado para la muerte y la condenación. Por el misterio de la Cruz el Padre nos regenera de nuevo para la luz y la vida de hijos.
Toda la historia de la salvación evidencia un enfrentamiento ininterrumpido entre el misterio de las tinieblas y el misterio de la luz, disputándose la vida de los hombres. El misterio de la luz lo integra el designio amoroso de Dios, que nos ofrece la salvación y la santidad; su palabra, que nos ilumina; su gracia que nos santifica. A nosotros nos toca optar con decisión por la fidelidad a la gracia o por permanecer paganamente degradados por las tinieblas del pecado. ¿Tú qué dices?
Como reza el Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida. Si el Señores mi luz ¿a quién temeré,
quién me hará temblar?
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