Introducción: Ya queda menos para que acabe nuestro peregrinar hasta las próximas fiestas de Semana Santa y Pascua. El pasado domingo es conocido como el domingo de la alegría, ya que, la cercanía a las fiestas más importantes para los cristianos nos va llenando de esperanza y de entusiasmo. El evangelio que hoy os proponemos es de los imprescindibles. También es de esos cuyo mensaje nos reconforta y más nos gusta escuchar. Se trata de la lectura de la parábola del Hijo pródigo. Este año diremos que se trata de la parábola del Padre misericordioso. Y es que no está claro quién es realmente el protagonista de este relato. Como siempre, depende del punto de vista desde el que nos situemos. Estamos por tanto en lo que podríamos llamar la “Semana del Hogar”. Y es que no podía faltar en esta Cuaresma una mirada a lo que tenemos más cerca, nuestra casa, los nuestros. En el hogar podemos encontrar como figura de referencia a los padres. Al fin y al cabo, y a pesar de todo, en la inmensa mayoría de los casos lo último que nos queda cuando todos los demás nos fallan es la familia. Cualquier tiempo es bueno para volver, ¿por qué no ahora? Con Dios siempre estamos a tiempo para regresar a él. En eso consiste su misericordia. Atendamos nuevamente a la historia y descubramos cómo Jesús nos presenta a su Padre Dios como un Padre de un gran corazón.
Lectura bíblica: (Lucas 15, 1-3. 11-32) En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y como con ellos.” Jesús les dijo esta parábola:”Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchas días después, el hijo menor, juntando todo los suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. (…) Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino hacia donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron el banquete.
Vuelve a casa:
• ¿Te has sentido alguna vez como ese hijo que sale de casa, que parece que huye, que se aleja de los suyos? Piensa en qué momentos así lo has vivido y por qué.
• ¿Sientes en algunos momentos que te has alejado de Dios, que todavía puedes ser más feliz, que él te espera?
• Imagina cómo sería ese encuentro de regreso. Dios, ese buen padre, a la puerta de casa, esperándote te acoge, te perdona todo, te prepara una gran fiesta. ¿Qué sientes?
• Da gracias a Dios porque lo que enseña esta parábola del Hijo pródigo o el Padre misericordioso ocurre realmente, es la experiencia de fe más verdadera. Así es el Dios cristiano, un Dios que espera, un Dios que perdona, un Dios que ama.
Oración final: Querido Padre, llévame a casa cuando no encuentre fe. Llévame a tu lado y abrázame. Dame tu misericordia y tu amor incondicional. Dame descanso y dame hogar. Compasión y amor a mis hermanos. Y si alguna vez me vuelvo a perder… ¡Gracias!, porque sé que me esperas con los brazos abiertos. Amén.
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