Diego Mingo Cuende nació en Burgos en 1987 aunque toda su infancia la vivió en la localidad de Pradoluengo donde tiene su familia. Allí fue bautizado y recibió la primera comunión. Ingresó en el Seminario de Burgos en 1999 y fue ordenado sacerdote el 24 de septiembre de 2011. Es profesor en el Seminario de San José desde y tiene la carrera musical de piano obtenida en el Conservatorio de Burgos. Actualmente es vicario parroquial de San Martín de Porres y también ejerce como director espiritual de los profesores y alumnos del colegio diocesano Saldaña.
Diego, con los monaguillos, niños y familias de su parroquia.
¿Cuándo surge tu vocación de sacerdote?
Desde muy pequeño, a los 6 años ya me lo planteaba y les dije a mis padres que quería ir al Seminario. Ellos y toda mi familia se sorprendieron, como es lógico, pero era mi deseo. Yo era monaguillo en Pradoluengo y admiraba a los sacerdotes de entonces, Alberto Tardajosy Daniel Martínez. Además había un grupo de seminaristas del pueblo que me animó mucho a seguir el camino del sacerdocio.
¿Pero hay un momento en el que Dios irrumpe en tu vocación para que le des el sí o el no?
Hubo dos momentos los que el Señor me interpeló con la propia situación de mi vida. El primero cuando mis compañeros abandonan el Seminario sin ordenarse, aquello me despistó un poco, yo tenía que elegir y me sentí llamado para dar el paso adelante y continuar. El segundo momento se produce en el Seminario Menor, cuando se van cerrando las opciones de mi futuro y no me queda sino tomar la decisión final, o a estudiar Teología o fuera. Ese fue un momento duro, un año muy convulsivo, con la Selectividad de por medio y estudiando yo solo, pero mi decisión fue continuar con mi vocación.
¿Ser sacerdote supone muchas renuncias?
Dejas unas cosas y ganas otras. Renuncias a formar una familia , a tener hijos, vivir conforme a unos intereses humanos y materiales, pero también ganas el cariño de mucha gente que se te acerca, ganas otra familia diferente, la del presbiterio, de los sacerdotes con los que compartes la vida y los objetivos, con el arzobispo a la cabeza. El sacerdocio supone renunciar a una forma de vida y acoger otra porque hay un amor mayor que el que te ofrece el mundo, que te ha elegido.
¿Te sientes satisfecho y realizado en el ambiente de un colegio diocesano como Saldaña, con gente joven?
Siempre me ha gustado el ambiente de los colegios y compartir con gente joven lo que yo he vivido antes, porque creo que lo que a mi me ha servido también les puede ser útil a otros para dar el paso hacia lo que realmente quieren en la vida. Estoy muy contento porque el colegio supone para mi una oportunidad y la acepté, pero sin perder mi vida sacerdotal en la parroquia de San Martín de Porres donde me encuentro muy integrado, tenemos un grupo de monaguillos que me permite también enseñar a los niños, y creo que encajo bien.
Pero trabajar con jóvenes es muy complicado, es uno de los retos en la Iglesia de hoy…
Para estar con los jóvenes hacen falta dos cosas principalmente, dedicar tiempo y tener disponibilidad. Hay que escuchar a los adolescentes en sus problemas y acompañarles en las situaciones difíciles. Se hace mayor labor en el acompañamiento a los jóvenes en su vida cotidiana y personal, en sus momentos concretos, que con muchas reuniones y encuentros multitudinarios o de grupo. La clave es hablar de tú a tú. Para los jóvenes importa mucho mas lo personal que lo colectivo. Por eso yo intento tener ese contacto, quiero que comprendan que mi tiempo es el suyo para dedicárselo a ellos, que me tienen a su lado y a su disposición. Se trata de seguir el Evangelio de Jesús, que no esperaba a las personas, sino que iba a buscarlas para prestarlas su ayuda.
¿Son muy complicados los jóvenes de hoy?
No es tan complicado, a veces lo hacemos complejo nosotros cuando creemos que la evangelización de los jóvenes hay que hacerla buscando atractivos espectaculares, con actos que sean divertidos y de masas, pero no creo que sea así. El Evangelio del Señor debe llegar con sencillez, en la vida cotidiana y de forma personal a cada joven, en su momento y situación. La evangelización es personal, de uno en uno, explicando a cada joven que Jesús se ha entregado por ti y ha muerto por ti, personalmente. Cuando entienden eso ya les hemos puesto en camino, aunque luego queda la libertad de cada uno para seguir o no al Señor que se ha entregado el primero a ellos.
Pero esa evangelización requiere muchas personas disponibles y muchos medios que la Iglesia no tiene..
Está claro que la evangelización requiere una formación previa, llevar el Evangelio no es hacer un favor, requiere una dedicación y un compromiso previo, en formación y también luego en obras, en ejemplo de vida, que es tan importante como lo primero. Si Jesús solo hubiera predicado, pero sin su ejemplo y sus obras, no hubiera servido de nada. La formación sin compromiso no vale.
¿Eso se puede trasladar también a los colegios y la asignatura de religión?
Por supuesto que sí. La religión católica implica la transmisión de unos valores, no es lo mismo enseñar matemáticas o física que religión. Y el profesorado, además de formación debe tener actitud de vida cristiana. Por supuesto.
Fuente: http://www.archiburgos.es
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