El pasado viernes, día 19 de octubre, por la noche celebrábamos un nuevo CENÁCULO. Como siempre en nuestros encuentros el factor sorpresa es súper importante y no defrauda.
Nuestros chicos durante todo el encuentro tuvieron en su piel unas marcas, unas heridas, unas cicatrices; evidentemente nadie se pegó con nadie, ni hubo altercados… eran tatuajes.
Todo ello tenía un sentido: los tatuajes representaban las heridas exteriores -las verdaderas- y visibilizaban nuestras fragilidades, debilidades, porque las heridas nos hacen sentir cómo la vida se nos escapa poco a poco. Estas heridas exteriores nos llevan a ver otras heridas más internas, que hacen sufrir y duelen, incluso el mismo pecado es una profunda herida. Pero no todas las heridas son iguales… Hay heridas y heridas.
Las heridas de Cristo en la cruz son salvadoras, vivificadoras, redentoras y sus heridas nos curan siempre. Eso lo experimentaron mejor en el ratito de oración que tuvimos ante él.
Todo esto con un profundo diálogo y un rico intercambio de experiencias.
Solo el dolor con amor tiene sentido. «Tus heridas, Señor, nos han curado».
Gracias por regalarte por nosotros.
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