Ayer domingo, en el evangelio, Jesús hablaba de la felicidad y de la infelicidad; dos conceptos antagónicos pero muy cercanos, porque podemos pasar del uno al otro sin darnos cuenta.
En la Eucaristía pudimos darnos cuenta que, para Dios, no tenemos precio: tenemos un gran valor. A través de una pequeña dinámica «El precio justo», Don Diego nos animó a calcular, a poner precio a ciertos objetos que podemos encontrar en el mercado. Todos se pasaban; les valoramos más de lo que cuestan.
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