Son pequeñas pero lo suficientemente sonoras, para dar debida cuenta de la llamada de Dios, a la oración. Están ubicadas en lo más alto de nuestra parroquia; y cubiertas, de algún modo, con una pequeña estructura en forma de cruz. Llaman a la Misa, algunos minutos antes de comenzar. Y, por supuesto, brindan su aporte al propio desarrollo de la celebración.
Cosechan las miradas llenas de asombro de los más pequeños, que suelen quedarse extasiados contemplando su poder sonoro. Reciben gestos de aprobación de circunstanciales transeúntes que, presas de graves preocupaciones de la vida, son elevados, por unos instantes, a un cielo anticipado. Y, también, son alabadas por adultos mayores, que recuerdan con emoción sus tiempos como monaguillos, o en la catequesis. No todo son elogios. Muchas veces son causa de crítica y de discordia, precisamente en una sociedad donde la llamada de Dios se intenta dejar de lado.
Así son las campanas: instrumentos que interrogan, que nos hacen pensar, llamadas de atención de Dios que sigue muy presente, de Dios que vive en medio de su pueblo.
¡Seguid cumpliendo vuestra función! ⛪
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