La vocación es el «sueño que Dios» tiene para ti, el que te va a hacer feliz y va a hacer felices a los demás. Precisamente, de la vocación trataba la Palabra de Dios del domingo pasado.
La vocación de Isaías es muy concreta; en el templo él se da cuenta de su pequeñez: «soy un hombre de labios impuros». Dios no le rechaza, le elige y acompaña. La vocación de Pablo comienza en el momento de su conversión cuando Dios le llama a ser apóstol habiendo sido antes perseguidor de los cristianos: «como un aborto, se me apareció a mí y su gracia en mí no se ha frustrado».
En el caso de Pedro, la llamada es en el fragor de la faena de la pesca: «rema mar adentro», «desde ahora serás pescador de hombres».
Dios no elige a los capaces, capacita a los elegidos. Por ello, lo importante es dar una respuesta. Levanta la mano y dile: «aquí me tienes».









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