Cuántas ocasiones hay en las que todo tiene un «antes» y un «después»! De hecho en los anuncios funciona esa técnica de comparar el antes y el después para poder vender un determinado producto. Y funciona.
En la historia del Hijo Pródigo nos encontramos con un «antes» y un «después»: muerto-vivo, perdido-encontrado, fuera de casa-en casa.
En este cuarto domingo de Cuaresma hemos podido contemplar el rostro misericordioso de Dios, el corazón que tiene entrañas de misericordia y acoge con los brazos abiertos al hijo perdido. Sin pedirle explicaciones el único signo es el de los brazos abiertos; ese es el perdón sin límites.





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