«Tus pecados son perdonados. Yo no te condeno». Ante estas palabras de Jesús no cabe otra cosa que el agradecimiento. Al contrario que los escribas y fariseos buscaban un pretexto para cuestionar a Jesús (la acusación de la mujer adúltera), les sorprende con palabras nuevas y con hechos nuevos: escribe en el suelo. Algo nuevo está brotando y con Jesús la novedad se hace patente. Aquella mujer se sintió aliviada no porque nadie le lanzó la primera piedra, sino porque alguien le dedicó tiempo y la miro con cariño.
En este quinto domingo de Cuaresma nos hemos dado cuenta de la importancia que tiene actuar como Jesús, de ofrecer nuestro corazón a los demás y de no condenar a nadie sino dar oportunidades porque Dios, que lo ha hecho todo bien, nos regala la oportunidad de crecer cada día.
¡Nunca es tarde! Cada uno tiene su momento y su historia; y Dios siempre está en ella.









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